El problema no está en los límites
de la consideración moral ni en el respeto: como humanos podemos decidir que es
justo tratar bien a los animales, no comer animales vivos, o prohibir la
propiedad de animales domésticos. Son objeto de nuestro cuidado y la falta de
crueldad es –o debería ser- un síntoma de civilización, aunque ahí también
habría mucho que decir. Lo que discuto no es el trato, ni siquiera la
justificación de ese buen trato: precisamente porque somos libres y podemos
ignorar, o mejorar, o hacer más estúpida y cruel la naturaleza, porque tenemos
libre albedrío, podemos mantener esta discusión sobre los animales y extender
nuestra responsabilidad moral a la naturaleza o a otras especies.
El problema de la argumentación
de Faria es la lógica que encadena: para la autora, esa decisión moral deriva del
igualitarismo y por lo tanto toda filosofía política o corriente que beba del
igualitarismo debe necesariamente sacar sus conclusiones y ser anti especista.
El anti especismo sería una conclusión o radicalización de una corriente que va
incluyendo el anti racismo, el feminismo y amplía su base moral en cada giro.
Lo que mi artículo pone en duda,
y nada tiene que ver con privilegios ni estatus quo feminista, es esa lógica. Para
empezar, creo que el igualitarismo no es la base del feminismo, sino la igualdad,
una idea anterior a la ilustración, pero que encuentra su plasmación moderna en
la idea revolucionara de la emancipación de todos los seres humanos de la
religión y de la comunidad. Un movimiento histórico obviamente corregido y
criticado por dos siglos de pensamiento y acción feministas. La diferencia
entre igualdad e igualitarismo es compleja y nos llevaría lejos, pero es clave.
El igualitarismo considera que la igualdad entre individuos tiene siempre que
ser la máxima posible, en un sentido simbólico y material, y compensar siempre
al que está más abajo. Lo que exige un continuo trabajo de ampliación del marco
ético y sobre todo un poder exterior a las partes que garantice esa igualdad,
ya sea Dios (el primer igualitarismo es cristiano), el Estado, la Comunidad o
la Especie (¿O debería decir el Reino de las Especies?). Se es igual a los ojos
de alguien o algo.
La igualdad relacional se
construye entre grupos e individuos y se basa en un marco de relaciones que
amplíe al máximo la libertad y el valor de cada individuo, sea cual sea su
situación material o social. Incluye a todos los humanos, tengan la capacidad
que tengan, pues la capacidad moral no tiene nada que ver con la inteligencia,
sino con el reconocimiento (también incluye a los bebés, aunque sabemos que
estos traen siempre problemas a los argumentos
filosóficos). También es necesario recordar que toda política de igualdad tiene dosis de igualitarismo, pero no se confunden.
El anti especismo no puede
pertenecer a esta tradición, porque su idea de justicia no parte del
reconocimiento mutuo, imposible para los animales. Para postular la igualdad de las especies, tiene que
elegir lo que tienen en común, la capacidad de sentir y sufrir, dejando en un
segundo plano la razón como base de nuestra libertad moral. Por lo tanto, define
también lo humano como “especie”, situándose fuera de la comunidad política, en
un lugar que sólo puede construirse desde una estancia fuera de nuestro
humano mundo político, un más allá que nos iguala como especies. Por eso me permito hablar de religión.
En cuanto a lo público y lo
privado, merecería otro artículo: el lema feminista de “lo personal es político”
implica que ningún tema está fuera de la discusión racional y política. Nunca
quiso significar que todo lo que uno hace o es en la vida deba estar alineado y
ser perfectamente coherente con una idea, porque negaría justamente que somos
seres de cultura y nadamos en esta, debiendo hacer lo más difícil: transformar
aquello que nos forma.